El Museo abrió sus puertas al público de forma regular un viernes 31 de mayo de 2002. Era el último y más importante proyecto del escultor, su último sueño. Una “escultura madre” que guardara dentro todas sus hijas.
Ángel Mateos comenzó a fraguar la idea de un museo a mediados de los años ochenta, cuando el escultor comenzó a alejarse definitivamente de los círculos artísticos. Era el escape de un artista que, cansado ya de esfuerzos expositivos, se concentraba en realizar su último y más importante proyecto. Y este tenía que ser una arquitectura que, no solo albergara su obra, sino que reflejara su sentir artístico: tenía que ser resultado de su escultura. Y lógicamente, sería en hormigón armado, el material al que siempre estuvo ligado y su escultura debe su razón de ser.
Desde un primer momento, se refería a él como habitáculo; su idea era una escultura habitable. No obstante toda su trayectoria es un ejemplo de fidelidad, no solo a unos principios artísticos –la lógica de las formas, como él lo expresaba-, también a un material que encarnaba -como en toda gran obra- la comunión entre la intención -la forma- y el medio con el que se materializa.
Este museo es el último gesto de un rebelde, de un inconformista que siempre creyó en el ser humano y en su capacidad para superarse. Era un impulso positivo y democrático de un escultor orgulloso de haberse hecho así mismo, que siempre rechazó el arte académico y sus convencionalismos. Ángel Mateos siempre fue consciente que este sentir, junto con una visceralidad que imposibilitaba cualquier superficialidad, eran el germen de la marginación que llegó a sentir.
Así, este escultor que rehuía lo pomposo y sofisticado y apreciaba la sinceridad y la personalidad en el arte, tras años de trabajo centrado en este último gesto artístico, tuvo su obra terminada en junio de 1999. Este contenedor de arte de 420 m3 de hormigón, de realización técnica impecable, estaba acabado. El artista había terminado su último sueño.
Ángel Mateos había desafiado esa maldición que dice que “ojalá consigas aquello que te propones”.
Pero Mateos hacía mucho que lidiaba con la decepción. Ya en una entrevista expresaba que “su museo no era de este tiempo”. Y es que en él no cabía inseguridad, creía en su obra, y estaba convencido de su representatividad –“estoy representando con ella nuestro tiempo”-, pero también intuía que el vacío apoyo institucional que siempre sintió -y que poco iba a cambiar-, era fruto de su propia intransigencia hacia lo superficial, a la impostura y hacia todo lo que no sea fruto de la libertad y de la independencia creativas.
Desde su finalización en 1999 hasta su apertura, el proyecto se completó con la construcción de la recepción en la parte posterior del recinto.
Esta, fue un encargo de Ángel Mateos a el arquitecto José Ángel Mateos Holgado, su sobrino, quien se encargó igualmente del proyecto arquitectónico del museo a partir del diseño de su tío.
Su apertura al público se dilató hasta el 2002. Ángel Mateos era reacio a abrirlo y gestionarlo él, esperaba que alguna institución, le propusiera gestionarlo. Esta propuesta llegó del Ayuntamiento de Doñinos, cuyo alcalde por entonces, Santiago Fraile, estuvo implicado con el escultor desde un principio, facilitando los permisos necesarios -la escultura de grandes dimensiones en hierro, al lado de la carretera en pleno Doñinos, es donación del escultor en agradecimiento al municipio-.
Tras una primera jornada de puertas abiertas en 2001 para los doñinenses, el 25 de abril, fiesta patronal de San Marcos, la inauguraron del Museo del Hormigón, como el artista quiso denominarlo, fue el 31 de mayo del 2002. Y ahí Ángel Mateos concluyó toda actividad artística. Su sueño estaba cumplido. Dejaba un legado descomunal, y la tranquilidad que confiere la seguridad en lo hecho. Le bastaba ir por Doñinos, contemplar su museo y disfrutar con la gente del pueblo charlando y tomándose unos cafés y unos chupitos -muchos en el bar de César…- con Santiago, Rafa, Chan y compañía…
Hoy, veinte años después, al viandante que pasa delante de él, le sorprende su estatismo, su poderosa presencia… su silencio; y si accedemos al interior, uno puede sentir que acaba de adentrarse en un mundo de hormigón oculto y sorprendente. Es, como F.J de la Plaza dijo, una mastaba que lleva en su interior, como las tumbas egipcias, el cosmos completo de su propietario.
Museo Ángel Mateos
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